5.07.2008

Constante final

Miles de artrópodos se amontonan entre lo que antes fue un organismo complejo. Pequeños carroñeros, atraidos por el curvo y desusado filo, que poco a poco crean una cascara macabra. Deducís que una pequeña mancha está en la lejanía: colgais la ropa sobre cuerdas invisibles entre entes sin humana comprensión. Mirais el horizonte buscando un pequeño oasis, pero las visiones producidas por vuestra temblorosa ignorancia dan lugar a la muerte de la razón. Acabais por ahorcaros con vuestras propias entrañas. Y os decís, "Mi cuerda aguantará", pero desaparece, quizás ni exista, creeis en su firmeza, pero se quiebra. Todo acaba.

Poneis tanto empeño en que vuestro montón de tierra sobresalga sobre el resto, que no os dais cuenta de que solo otros seres iguales os observan. Las espadas chocan contra los escudos, los arietes atraviesan muros, todo por ese montoncito que destroza la mente y que os enfrenta. Chocais unos contra otros destruyendoos, sin daros cuenta de que todo es un circulo, la inevitable e imparable paradoja de la humanidad. Acabais con vidas ignorando la textura de su arena. Sois tan debiles que os apoyais sobre una quebrable columna, casi invisible, inexistente. Y el fin llega.

Sois debiles, fragiles sin vuestra querida cuerda que a la vez que os sujeta, os va matando, avisandoos de que se romperá tras acabar con vosotros. Para vosotros no hay nada más, se acaba, se consume, termina. En cambio yo, muy a mi pesar, debo persistir, impasible, inhumano, incorruptible, parasitando del conocimiento del todo. La espiral mundana se repite, una y otra vez.

La suave melodía que ya no puedes escuchar, el sabor excepcional que tu paladar no puede probar, el amanecer que ya no puedes ver, la impoluta textura que no puedes tocar y el armónico olor del que no puedes disfrutar.

Entonces sabreis lo que siento.

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